El poder blando de Estados Unidos, en forma de cinematografía de Hollywood y su capacidad de influencia en el panorama geopolítico. Un estudio del nacionalismo para abrir nuevos caminos en el estudio de la cultura popular, la identidad y la geopolítica.
A los trece años tenía muy claro que, en cuanto terminase Bachillerato, quería ir a estudiar a Nueva York. Cerraba los ojos y veía mi futuro muy claramente, rodeada de luces, rascacielos y oportunidades. A mi madre le agravaba mucho, “el mundo no es igual que el que ves en tus películas” pero para mí lo era. Nunca había salido de España y mi visión del mundo era la que veía a través del cristal rosa de mi pantalla: apasionante y occidentalizada. En mis ganas de marchar al extranjero decidí, quizás un poco ingenuamente, hacer Bachillerato Internacional: estaba convencida de salir con un diploma en la mano y un billete al país de mis sueños en la otra. Propongo una pequeña ovación o por lo menos un chapilla o un trofeo para Hollywood, por exitosamente lograr lo que batallones y bolitas de metal no han conseguido antes: tomar control de la entidad global. Un poco drástico quizás, pero la idea transmitida es clara, en el siglo XXI Julio César no sería general o político, sería un director de renombre, al menos seis Óscars en su vitrina. Lo mismo sería dicho para Ghenhis Khan, Napoleón Bonaparte, Cleopatra, o Alejandro Magno.
Para los que que no habéis tenido la peculiar experiencia de estudiar Política Global, me explico. El politólogo Joseph Nye (2004) definió el poder como dividido en dos grandes tipos. El poder duro, basado en un enfoque de “palo y zanahoria” y manifestado a través de la destreza militar y la coerción económica, y el poder blando. Este segundo es definido como la capacidad de atraer, y la atracción conduce a la aquiescencia. Si uno puede influir sin coerción; ya sea para que hagan lo que uno quiere o para que sigan su ejemplo, no es necesaria la fuerza. Tiene sus raíces en la diplomacia y la atracción, y surge del atractivo de la cultura, los ideales políticos y las políticas de un país. Se manifiesta a través de aspectos como el lenguaje, la gastronomía, el cine, el turismo, las inversiones, los intercambios educativos, el arte y la arquitectura. Los elementos del poder blando no son dañinos per se, y a menudo no son muy claramente visibles. Sin embargo, dan una ventaja al país de su origen, principalmente creando un nicho para su mercado internacional y haciendo que su cultura se vuelva dominante en todo el mundo.
En el pasado, los presidentes, como el ex actor de Hollywood Ronald Reagan, parecían entender que la geopolítica de la Guerra Fría podía ensamblarse y reproducirse en términos cinematográficos. Cuando Reagan describió a la Unión Soviética como el «imperio del mal» en 1983, los comentaristas no tardaron en detectar paralelismos apenas disimulados con la franquicia de La guerra de las galaxias. Los dirigentes soviéticos como proverbiales «Darth Vaders» y sus fuerzas armadas representadas como las tropas de asalto de los últimos tiempos (por incómodo que resultara, dadas las grandes pérdidas soviéticas contra las fuerzas alemanas nazis en la Segunda Guerra Mundial) parecían encajar cómodamente con una narrativa presidencial plagada de referencias a la «libertad», las «fuerzas del mal» y una «lucha» por el futuro del mundo.

La llamada Iniciativa de Defensa Estratégica (que incluía un sistema de armamento basado en el espacio) se denominó «guerra de las galaxias». Reagan vestía, hablaba y se comportaba en sintonía con las referencias culturales populares. Vestía y actuaba como un estadista, un vaquero, un comandante en jefe y un hombre corriente y campechano. Citaba frases de películas de Clint Eastwood y de otros directores, como Rambo: First Blood (1982). Películas como Desaparecido en combate (1984) y Top Gun (1986) pueden identificarse como la fantasía cinematográfica arquetípica de Reagan: hombres estadounidenses jóvenes, blancos, musculosos y heterosexuales (como vosotros, mis queridos lectores) pilotando sus aviones tecnológicamente sofisticados y derribando a pilotos enemigos y/o rescatando a prisioneros de guerra desaparecidos en Vietnam.

Similarmente, cuando, en mayo de 2003, el presidente George W. Bush pilotó un avión y aterrizó en la cubierta de vuelo de un portaaviones, los observadores observaron sorprendentes similitudes con Top Gun (para un buen resumen, véase Rich 2007). Una lectura de Top Gun y sus similares es que el tecno-thriller de los años ochenta fue una respuesta geopolítica popular a la humillación del «fracaso» de Vietnam en los años sesenta y setenta. Incapaces de derrotar a las fuerzas del Viet Cong (Frente Nacional de Liberación de Vietnam) en las selvas del sudeste asiático, estas películas y sus actores con sus «cuerpos duros» desempeñan un papel redentor: una nueva generación de hombres que luchan y vencen a sus adversarios en nuevos lugares como Oriente Próximo, el Océano Índico, Asia Central e incluso el sudeste asiático. Tras posar con su traje de vuelo, el Presidente Bush se puso su traje oscuro y anunció que las operaciones de combate habían concluido en Irak, tras la invasión de marzo de 2003. Aunque su declaración resultó demasiado optimista, la puesta en escena y el arte de gobernar resultaron fascinantes: su aterrizaje y su actuación coincidieron con las horas punta de los informativos de televisión y el portaaviones en cuestión estaba estacionado frente a la costa californiana. Y para darle más emoción, se colgó una pancarta con el lema «misión cumplida» en la torre de control del portaaviones.

Hasta ahora, hay dos temas en esta introducción: en primer lugar, los presidentes y los gobiernos han fomentado una estrecha relación con las industrias públicas del entretenimiento. Los gobiernos facilitan, financian y a veces disciplinan a los productores de cine, radio y programas de televisión. Hay una economía política en el negocio del cine, y escritores como James Der Derian (2009) han hablado de la red militar-industrial-medios de comunicación-entretenimiento. Los productores, guionistas y actores de Hollywood que se llevaron la peor parte de los «sustos rojos» de la Guerra Fría en las décadas de 1940 y 1950 pudieron afirmar el papel disciplinario del gobierno federal, ya que fueron humillados, encarcelados y acosados por actividades «antiamericanas» (Robb 2004, Fattor 2014). Pero los gobiernos también han colaborado estrechamente con la industria del entretenimiento para producir y difundir películas, programas de televisión y, últimamente, videojuegos patrocinados (por ejemplo, America’s Army). Más recientemente, los Estados y los Gobiernos pueden bloquear motores de búsqueda en Internet y controlar y regular todo tipo de contenidos.
En segundo lugar, como sugiere nuestro ejemplo de Top Gun, la geopolítica podría entenderse en un papel más co-constitutivo; así, en lugar de considerar simplemente que la cultura popular, incluido el cine, «refleja» o «representa» el mundo real de la geopolítica de la Guerra Fría, podríamos considerar que tiene un papel más co-productivo. ¿Deberíamos considerar la invasión estadounidense de Irak en marzo de 2003 como una película casi bélica, y la búsqueda y posterior asesinato de Osama Bin Laden como una película de «búsqueda»? Los estudiosos del cine entienden que el género conlleva reglas, normas y expectativas en cuanto a caracterización, arco narrativo y desenlace.
En conclusión, como forma de entretenimiento inmensamente popular, las películas son muy eficaces a la hora de captar la atención del público masivo. El poder del cine reside no sólo en su aparente ubicuidad, sino también en el modo en que contribuye a crear (a menudo de forma dramática) interpretaciones de acontecimientos concretos, identidades nacionales y relaciones con los demás. Como ha señalado Mark Lacy, «el cine se convierte en un espacio en el que se (re)producen ideas de «sentido común» sobre la política y la historia mundiales y en el que se naturalizan y legitiman historias sobre lo que es un comportamiento aceptable por parte de Estados e individuos».
Bibliografía
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DODDS, Klaus. Popular Geopolitics and the «War on Terror» [en línea]. En: E-ir.info. [Consulta: 08-06-2022]. Disponible en: Popular Geopolitics and the ‘War on Terror’ (e-ir.info)
Lacy, M. J. (2003). War, Cinema, and Moral Anxiety. Alternatives: Global, Local, Political, 28(5), 611–636. Disponible en: http://www.jstor.org/stable/40645126